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Noche fresca y abierta en el pago... desde que apareció el lucero un fuego mantenía en ronda a la paisanada. Los perros se rezongaban entre ellos por un espacio cerca a la lumbre y a lo lejos los carau continuaban en su fiesta lamentando la muerte de su madre (ver leyendas).
Un chicharrón a las brazas, la pava ennegrecida de ollín... y el crepitar de las llamas... el resto era mero lujos de compañias...

Buenos humos de tabacos criollos y "DON Emilio" (ese "titulo" casi nobiliario que le damos los paisanos a aquellos que consideramos nuestros mayores, y que se han ganado el respeto y la jerarquía de ser llamados de esta forma)... que se acomoda en una silla petizona, apura un cimarrón caliente y bien sebao que le supieron alcanzar y nos deleita con sus historias...

domingo, 25 de enero de 2015

La Curandera

Rosa Tacuara o Rosa la Tacuara, así la llamaban, una de esas antiguas curanderas que tenía su rancho allá por la cañada de los Perros, mujer alta, siempre de negro, con un pañuelo cubriendo el pelo, muy delgada, de hablar lento con el guaraní arrastrado, pero de profundos ojos claros pese a su piel morena, su edad… imposible de saber, siempre fue anciana y siempre igual...


Uno de esos personajes que se dan en este Norte donde el sol quema y seca la tierra y a veces la cabeza de los hombres, donde la realidad y la leyenda se rozan y en las noches de luna por allí se mezclan, y uno no sabe distinguir la verdad del ensueño, donde el paisano demuestra dulzura ante una guaina con una guitarra y tampoco duda en enterrar su cuchillo hasta la cruz ante una ofensa, cosas muy de este Norte difícil de entender si uno quiere verlo con ojos de otras tierras.

Rosa curaba con sus recetas de los antiguos los arandu, que para el estómago la Marcelita, que para evitar el embarazo el culantrillo, cocía heridas y las cicatrizaba con Palan Palan, el empacho, el mal de ojos, etc solo con un rezo ante una vieja cruz que adornaba su única pieza dormitorio y “consultorio”, el pago, si se podía una gallina, algunos huevos o un paquete de yerba, sabía que la gente era pobre y ella tenía pocas necesidades, apenas si se alejaba de su rancho, solo ante algún parto o algún enfermo que no podía ya levantarse, salía caminando despacio hasta el lecho de quien la necesitaba, la hora… para ella el día o la noche eran los mismo.

En la zona de campo y en el pueblo nadie dejaba de respetarla, ya sea como curandera o como vieja vecina.

En el verano del vapor de carrera, bajo un hombre alto y rubio, según se supo era médico y decían venia escapando de una cruel guerra allá en Europa, su apellido impronunciable, así que solo le decían el Doctor, abrió un consultorio, se juntó con una criolla de buena familia y hecho raíces, pronto tres niños de rubia cabellera corrían por las arenosas calles del pueblo, el Doctor curaba con pastillas, operaba e internaba; sus honorarios eran altos, acostumbraba riéndose cuando le decían que era caro “Y bueno si no les gusta vayan a la curandera a pagar con gallinas”, al principio denuncio a Rosa varias veces ante la Policía por ejercer medicina sin título, luego se dio cuenta que ni el comisario ni sus agentes tenían coraje como para encarar a la vieja.

Los hijos del Doctor mientras crecían en ese medio tan natural salían con otros niños a buscar pájaros, a descubrir nidos, correrías de los pequeños; así un día mientras perseguían los pichones de Carau cerca de la Cañada, en su apuro no vieron la Yarara Cruecero que al ser pisada monto en cólera y clavo sus colmillos muy profundos en la pierna de uno de ellos. Ante los gritos de dolor un vecino que llego corriendo mato a la Yarara de un machetazo y cargando al niño lo llevo al auxilio más cercano, el rancho de Rosa la Tacuara, la curandera acostó al niño en la cama y pidiendo busquen a los padres, cerró la puerta para no ser molestada.

Con corridas el Doctor al enterarse que uno de sus hijos fue atacado por una yarará de la que no había antídoto llego al borde de la cañada en auto con su esposa bañada en lágrimas, de allí por el viejo sendero corrieron hasta la puerta del rancho golpearon y la vieja les abrió, entraron y en la pequeña penumbra de pobreza vieron al niño en la cama, el padre se abalanzo para alzarlo, pero la vieja apoyando una mano en la frente del niño, se opuso con tremenda autoridad, mientras con esa dulzura que solo el guaraní sabe dar dijo “Ahora duerme, ya está curado, arrodíllese vamos a rezar” el medico no era creyente, pero al igual que su mujer cayo de rodillas, fueron horas de rezos y rezos hasta que el niño despertó y el medico pudo revisarlo, la mordedura era solo la marca de los dientes bajo un apósito de tabaco mascado y corteza de banano, ni siquiera había hinchazón, la vieja acariciándolo receto por unos días te fresco de paletaria para “matar” el calor del veneno por las dudas.

Ya con el niño en brazos en medico se volvió a la vieja y agradeciendo pregunto cuanto se debía, Rosa apenas sonriendo le contesto “Como usted dice Doctor solo una gallina”

Según algunos cuentan desde entonces era normal ver al médico sentado en una desvencijada silla frente al rancho compartiendo algún amargo con la curandera mientras sus hijos correteaban por la cañada, y cuando a su consultorio le traían un empachado sonriendo les decía esta paciente es para la especialista, llévenlo a Rosa que ella sabe mejor que nadie como se cura.

Cosas como dije del Norte donde la ciencia moderna a veces no da respuestas y donde el saber de los antiguos guaraníes no da explicaciones, donde en la noche el monte parece lleno de fantasmas y cuando alumbra la luna lleno de poesías, cosas que se mezclan y conviven de una cultura vieja que nunca muere.

Aunque no crean ocurrió y en mi pueblo.

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