Cuento de: Luis Ángel Larraburu
Bondadoso Silvestre tuvo un don, una rara virtud, que no es común encontrar en los humanos.
Salvo San Francisco de Asís, muy pocos, contados personajes de la historia, han poseído un don igual o similar.
Es que Bondadoso Silvestre, con la sola tibieza de su mirada, hacía que
todos los animales, domésticos o salvajes, en libertad o en cautiverio,
que estuviesen en las proximidades, se acercasen a él, agazapándose
mansamente a sus pies para recibir una caricia.
Bondadoso, ante esta circunstancia, apoyaba su mano derecha sobre el
testuz del animal y con una voz suave, hipnotizadora, les decía:
-Vete con Dios, hermano.
A lo que, invariablemente, cada animal, potenciando la actitud de
sumisión asumida, respondía lamiendo los pies del amigo humano.
Una cosa similar ocurría con las aves de la selva las que mansamente se
posaban en sus hombros para, desde allí, emitir gorjeos alegres y
melodiosos que asombraban a los circunstanciales observadores de tan
raro y conmovedor fenómeno.
Con estas aptitudes, Bondadoso Silvestre recorrió las distintas regiones
de la provincia de Misiones y una vez (por destacar un hecho que quedó
grabado en la memoria colectiva de los habitantes de la zona), fue
llamado por los vecinos de la localidad de San Pedro, donde un feroz
yaguareté hacía estragos en las chacras y establecimientos rurales,
matando
subrepticiamente y de puro vicio, al ganado va¬cuno que encontraba sin custodia humana.
El temible animal, sabedor de todas las artimañas de los hombres,
burlaba invariablemente a sus perseguidores y a sus trampas, llegando
también a amenazar la seguridad de los humanos, habiendo atacado ya a un
obrero de un aserradero de la región, quien pudo, gracias a Dios,
escapar del peligro con heridas de poca consideración.
Así, Bondadoso Silvestre se hizo presente ante las autoridades de San
Pedro y encabezando una partida de buscadores se internó en lo más
profundo de la selva para encontrar al felino depredador, habiendo
previamente impuesto a sus acompañantes la condición de que nadie
dispare con armas de fuego sobre la fiera, salvo caso de que corriese un
riesgo inminente la integridad física de algún integrante de la
partida.
Todos los cazadores fueron testigos de cómo, habiéndose arribado durante
la marcha a un “barrero” con claras señales de ser un abrevadero de
animales y mientras exploraban el lugar, un enorme yaguareté, sin ningún
tipo de precaución ni temor, salió de la espesura y, como si fuese lo
más natural, como un animal doméstico, caminó entre los hombres de la
patrulla hasta llegar donde se encontraba Bondadoso Silvestre, ante
cuyos pies se echó en clara señal se sumisión.
Ante los ojos desorbitados de los observado¬res, Bondadoso posó su mano
derecha sobre la cabeza de la fiera, a la vez que le decía:
-Que Dios te bendiga, hermano yaguareté. Vuelve en paz a la selva y no
hagas más daños innecesarios. Mata sólo lo que necesites para vivir.
Luego de unos minutos en que la fiera permaneció echada a los pies del
hombre, esta se levantó, lamió de tres lengüetazos sus pies y se alejó
mansamente hacia la selva, raspando con su piel las piernas de los
asombrados cazadores que se hallaban en su camino, quienes, aún
incrédulos, permanecían atentos a defenderse de un ataque del felino, lo
que no ocurrió.
Del yaguareté, nunca más se supo, no volvió a depredar en la región.
De los integrantes de la patrulla, puedo decirles que durante muchos
años contaron esta historia en todos los fogones de la provincia.
De Bondadoso Silvestre les diré que, aunque no lo crean, murió de un
artero zarpazo que le seccionó la yugular y que le fuera asestado por la
única fiera a la que no pudo enternecer, doña Clotilde Carballo, su
suegra, a la que una vez, vaya a saber por qué, en un rapto de cariño,
intentó acariciar.
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Noche fresca y abierta en el pago... desde que apareció el lucero un fuego mantenía en ronda a la paisanada. Los perros se rezongaban entre ellos por un espacio cerca a la lumbre y a lo lejos los carau continuaban en su fiesta lamentando la muerte de su madre (ver leyendas).
Un chicharrón a las brazas, la pava ennegrecida de ollín... y el crepitar de las llamas... el resto era mero lujos de compañias...
Buenos humos de tabacos criollos y "DON Emilio" (ese "titulo" casi nobiliario que le damos los paisanos a aquellos que consideramos nuestros mayores, y que se han ganado el respeto y la jerarquía de ser llamados de esta forma)... que se acomoda en una silla petizona, apura un cimarrón caliente y bien sebao que le supieron alcanzar y nos deleita con sus historias...
Un chicharrón a las brazas, la pava ennegrecida de ollín... y el crepitar de las llamas... el resto era mero lujos de compañias...
Buenos humos de tabacos criollos y "DON Emilio" (ese "titulo" casi nobiliario que le damos los paisanos a aquellos que consideramos nuestros mayores, y que se han ganado el respeto y la jerarquía de ser llamados de esta forma)... que se acomoda en una silla petizona, apura un cimarrón caliente y bien sebao que le supieron alcanzar y nos deleita con sus historias...
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