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Noche fresca y abierta en el pago... desde que apareció el lucero un fuego mantenía en ronda a la paisanada. Los perros se rezongaban entre ellos por un espacio cerca a la lumbre y a lo lejos los carau continuaban en su fiesta lamentando la muerte de su madre (ver leyendas).
Un chicharrón a las brazas, la pava ennegrecida de ollín... y el crepitar de las llamas... el resto era mero lujos de compañias...

Buenos humos de tabacos criollos y "DON Emilio" (ese "titulo" casi nobiliario que le damos los paisanos a aquellos que consideramos nuestros mayores, y que se han ganado el respeto y la jerarquía de ser llamados de esta forma)... que se acomoda en una silla petizona, apura un cimarrón caliente y bien sebao que le supieron alcanzar y nos deleita con sus historias...

martes, 13 de febrero de 2018

La Cigarrera

Campos de Corrientes allá por Colonia Tatagua, pasaba unas vacaciones en el campo, mis reservas de tabaco habían sido mal calculadas y veía que quedaría corto, así que consulte a mi suegra si conocía quien podría hacerme algunos cigarros de tabaco criollo o bahía que en esa época se sembraba en Corrientes, como para salir del apuro.

Se me indico una de las empleadas que trabajaba en la cosecha de hojas de tabaco, según mi suegra ella hacia antiguamente con otras mujeres cigarros que se vendían en el ramos generales del campo, que comentaban eran muy buenos, pero que hacia bastante que no venían a ofrecer así que no sabría si estaban haciendo o si aceptaría hacerlos.

Por la tarde cuando terminaban las tareas de corte de hojas me fui caminando hasta el rancho donde vivía esta mujer, no muy lejos, apenas cruzando la calle de arena, lo que parecía fácil pero en verano no lo era tanto; allí había un rancho medio ladeado y la encontré sentada en un viejo taco de madera bajo la sombra de un decrepito mango desgranando maíz para las gallinas, de una edad indefinida, pero de muchos años, con la piel curtida por el sol, el pelo cubierto por el tradicional pañuelo negro, vieja costumbre por algún duelo, de estatura baja y muy delgada, en la boca le colgaba un liado de tabaco medio verde que tenía la braza apagada pero que ella masticaba como si lo disfrutara y escupía de rato en rato.

Con esta gente hay que guardar los tiempos, así que salude y cuando pregunto que necesitaba, le explique sobre que estaba casi sin tabaco, que me habían dicho que ella sabía hacer cigarros bastante buenos, me miro como dudando un poco, luego me dijo que hacía tiempo no hacía, pero que teniendo en cuenta que estaba sin tabaco y venia de parte de “la patrona” me haría unos cuantos, se lo agradecí, y allí nomas me planteo las necesidades, tenía que conseguir que del galpón de tabaco ya seco pudiese ir y elegir personalmente las pencas para así seleccionar las hojas, necesitaba además una botella de caña buena y papel e hilo para los atados, acordamos eso y el precio que me pareció risible. Me dijo que en tres días vaya a ver que me tendría algunos para probar.

A los tres días tal como acordamos me acerque a su casa, estaba sentada en el mismo taco de madera, pero delante había un viejo cajón de frutas sobre el que tenía colocada una tabla donde liaba los puros, al costado un alto de hojas ya despalilladas a cuchillo, o sea que cortaba con un cuchillo filoso las nervaduras y estiraba la hoja ya húmeda hasta dejarla suave y lisa. Me explico que los mazos de tabaco los desarmaba, elegía las mejores hojas para la cubierta y el resto quedaría para la “tripa”, que luego los pasaba por una palangana con agua caliente para sacar la tierra y bajarle la fuerza, con unas tablas estiraba las hojas mientras se secaban y allí despalillaba, solo cuando el tabaco estaba casi seco armaba los cigarros arrollándolos sobre la tabla que se veía bastante gastada.

En un costado habían algunos puros ya listos, aclaremos que tratándose de liado de campo, pensé que serían esos normales cigarros que uno encuentra con forma casi de torpedo y que con suerte y pasando un alambre suelen llegar a tirar para fumarlos, al contrario los cigarros eran casi del grueso de un lápiz, y con unos 15 cm de largo, me llamo la atención así que tome uno y lo prendí seguro que tiraría mal, gran sorpresa el tiraje era perfecto, me pregunto si estaba a mi gusto y le conteste que si, así que acordamos que toda la partida de unos cien que encargue serian de ese tipo.

En el tiempo acordado me entrego los cien, recuerdo que me los puso en latas de leche nido vacías para que pueda transportarlos bien y no se sequen.

Cada viaje al campo me convertí en un cliente seguro, llegaba con los implementos y al poco tiempo retiraba los cigarros por cien, realmente eran exquisitos.

Una vez le pregunte donde había aprendido y me explico que allí nomas, que otra mujer que había trabajado para una fábrica de unos gringos le había enseñado, desde la forma de elegir el tabaco, como prepararlo y como liarlo, me mostro por ejemplo que pegaba el remate con sabia de palmera usándola como cola y los diferentes pasos hasta liarlos, como me faltaba “algo” pregunte “Y dígame señora, la caña en qué momento se agrega?”, se rio, escupió tabaco al piso y me dijo ” mire la caña no va en el tabaco, es para mí así con mi edad por las noches duermo tranquila”.

Durante años fue mi cigarrera y disfrute de sus excelentes cigarros, luego Dios seguramente se acordó que ya había cumplido su ciclo con unos casi cien años, nunca más disfrute de esos excelentes habanos.

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