Interesante y esclarecedor articulo sobra lo
inconsistente que es llamar Mapuches a algunos pueblos que además no son
originarios de nuestro país, tan inmigrantes como los italianos, los
turcos y bolivianos, solo que estos no reclaman como ellos parte de
nuestro país y tampoco se victimizan, poniendo un “gobierno” en el
exilio en Londres y tratando de gobernarse por leyes propias ajenas a la
nuestra y levantando una bandera extraña a nosotros, aprovechando
gobiernos que políticamente tratan de usar eso para parecer progresistas
y escriben una historia que no existio. Esperemos que con el mismo
derecho los Bolivianos, Senegaleses etc no intenten también una parte de
la Argentina.-
Diario la Nacion, por Ronaldo Hanglin. – 10 junio 2014.
Muchos creen que los mapuches fueron un pueblo originario de nuestro
país y que la civilización blanca, empezando por los virreyes
españoles y terminando con el General Roca, los exterminó en un largo
genocidio. Si aceptamos esta historia, cargaremos a nuestros
descendientes con una culpa criminal, completamente imaginaria. Este
artículo pretende despertar la curiosidad del lector hacia la historia
argentina: hay muchísimos libros, ensayos y estudios publicados sobre
estas cuestiones. El que decida leerlos descubrirá que la historia no es
así, que nunca lo fue, que no puede dividirse en buenos y malos. Por
eso consignamos algunas pistas.
Uno de los personajes más trascendentes de la historia argentina es el
cacique chileno Juan Calfucurá, nacido a fines del Siglo XVIII. En una
carta datada el 27 de abril de 1861 y dirigida "a un hermano", dice: "Yo
no estoy en estas tierras por mi gusto, ni tampoco soy de aquí, porque
estaba en Chile y soy chileno, pero fui llamado por don Juan Manuel;
ahora hace treinta años que estoy en estas tierras".
Todas las acciones de Calfucurá sugieren una enorme ambición personal
El don Juan Manuel de referencia sería Rosas, el Restaurador de las
Leyes, gobernador de Buenos Aires para los tiempos en que Calfucurá
cruzó la cordillera de los Andes y se instaló en Salinas Grandes (La
Pampa-Buenos Aires) donde levantó su toldo principal. Pero Rosas no
tenía autoridad ni mando para "llamar" a un cacique extranjero, y
obligarlo a permanecer en nuestro país durante 39 años. En cambio sí es
posible, como sostienen algunos historiadores, que Rosas haya favorecido
la entrada de Calfucurá a la vasta llanura central de nuestro país,
para unificar el frente indio. En adelante, sería más simple negociar
con un emperador que discutir con mil caciques y capitanejos de raza y
lengua diversas. Todas las acciones de Calfucurá sugieren una enorme
ambición personal, de modo que su larga aventura en nuestro país mal
puede describirse como un acto de obediencia a un gobernador extranjero
que "lo mandó llamar".
El autor que narra esta historia con mayor detalle es Estanislao
Zeballos ("Callvucurá y la dinastía de los Piedra", 1928, Buenos Aires)
consignando que el cacique huiliche ("gente del sur") visita en 1833 a
sus lejanos parientes de la parcialidad voroga, o vorogana, es decir
originaria de Vorohué, Chile, instalada en Salinas Grandes, Argentina.
Calfucurá manifiesta que viene a comerciar pacíficamente, de modo que el
cacique Rondeau lo autoriza a desmontar, con sus hombres. Al día
siguiente se produciría la feria de ponchos, matras, piezas de plata,
aguardiente, etcétera. Pero en lugar de hacer lo convenido, Calfucurá
ordena a sus conas (guerreros) que de inmediato muden caballos, monten
sus potros de combate y ataquen las tolderías indefensas. La matanza se
produce en plena madrugada: el jefe Rondeau y sus principales
lugartenientes son degollados en el lugar. Otros huyen. La mayoría de la
tribu permanece en estado de shock. Después será anexada por los
araucanos de Calfucurá.
El nuevo jefe habla a los vorogas: "Ha cambiado el gobierno de la pampa,
porque así conviene a la voluntad de Dios. Siendo elegido por el Ser
Todopoderoso para reemplazar a los perjuros Rondeau y sus hermanos, la
misión se ha desempeñado con toda felicidad, con lo cual queda
demostrado que todo es obra de Dios. Quiero la paz con todos mis
hermanos, pues traigo de la Providencia la misión de hacer desaparecer a
los culpables y unir a la familia araucana en un vasto e invencible
imperio, en prueba de lo cual volaría en socorro de los caciques que se
vieran amenazados por los cristianos".
Toda la carrera de Calfucurá, desde 1833 hasta 1872, es una sucesión de astutas maniobras y triunfos militares
Estas palabras están contenidas en un curioso manuscrito de 150 fojas
que halló el profesor Estanislao Zeballos en 1879, cerca de General
Acha, cuando los lanceros indios huían de las tropas del general
Levalle, que eran parte de la avanzada de Roca. En efecto, aquellos
hombres llevaban archivos de sus acciones y declaraciones, al tiempo que
poseían sellos y papelería correspondientes a la Confederación de
Salinas Grandes. Calfucurá mostraba un marcado carácter militar. En sus
tiempos fue conocido como "el Napoleón de las Pampas". Se sumaron a sus
filas, dedicadas al robo de ganados y secuestro de cautivas blancas, que
eran vendidas como esclavas o utilizadas como sirvientas de cama,
numerosas agrupaciones de indios pampas, y también blancos prófugos de
la ley, o de las autoridades políticas. Recién a fines de 1856, las
parcialidades araucanas, plenas de ganados, sin mayores sobresaltos,
resuelven exigir a Calfucurá que disuelva la Confederación, para que
cada cual disponga libremente de tratar y comerciar con indios y
cristianos. Algunas indiadas retornan a Chile, otras al sur de los ríos
Negro y Limay. Calfucurá permanece en su santuario de Salinas Grandes,
con unos 800 lanceros y una cantidad imprecisa de "chusma" (esto es,
población no combatiente) integrada por viejos, viejas, mujeres y niños.
Toda la carrera de Calfucurá, desde 1833 hasta 1872, es una sucesión de
astutas maniobras y triunfos militares. Agrupando a capitanes de
distintas parcialidades argentinas y chilenas, el cacique general asalta
y saquea poblaciones argentinas de Buenos Aires, Santa Fe, San Luis,
Córdoba, Mendoza, arrebatando arreos de hasta 200.000 animales, más
cientos de cautivas blancas, y dejando un tendal de paisanos degollados,
lanceados y casas incendiadas.
En 1872, con el propósito de vengar a las tribus de sus aliados Manuel
Grande y Chipitruz, diezmadas por don Juan Catriel, indio amigo del
gobierno, Calfucurá arrasa la ciudad de 25 de mayo, llevándose 150.000
cabezas de ganado y 500 cautivos. Los 6000 lanceros dejan un saldo de
300 pobladores muertos. Pero el general Ignacio Rivas, con escasas
tropas y los indios amigos del cacique argentino Cipriano Catriel, se
interna en el desierto, uniéndose a las fuerzas del coronel Boer, jefe
de la frontera centro, en los campos de San Carlos.
Los araucanos presentan batalla frontal, que no era su fuerte. De
cualquier manera, el brillante Calfucurá aún disponía de 2500 lanzas, y
Rivas sólo de 600 soldados y mil lanceros de Catriel y Coliqueo (indios
amigos) que resultaron la fuerza decisiva. Calfucurá fue derrotado y su
gente se desbandó. Pocos meses después, el Napoleón de la Pampa moría de
pena en su toldo de Chilihué ("Pequeño Chile") en Salinas Grandes.
Mientras tanto, sus aliados caminaban hacia Chile, por la famosa
Rastrillada de los Chilenos, para vender el botín de vacunos, caballares
y lanares, que tan caro les había costado.
En las crónicas de la época no figura la palabra mapuche, mencionándose
muchas otras parcialidades indígenas como serranos, puelches, pampas,
vorogas, ranqueles y araucanos
Así comenzó el ocaso del imperio araucano, siete años antes de la Campaña al Desierto de Roca, en 1879.
Una vez vencidos los araucanos, Argentina y Chile resolvieron sus principales conflictos de límites, en 1881.
Algunos autores hablan de una Invasión Araucana en 1825, al consolidarse
la independencia de Chile. La mayor parte de las tribus había elegido
el bando realista, y luego tuvo que refugiarse en la Argentina para
evitar represalias. En las crónicas de la época no figura la palabra
mapuche, mencionándose muchas otras parcialidades indígenas como
serranos, puelches, pampas, vorogas, ranqueles y araucanos.
Autores de referencia: R.P. Meinrado Hux, Estanislao Zeballos, Juan Carlos Walther, Alfredo Ebelot.
Nota Final: Dijo Calfucurá de sus hermanos de sangre, los indios pampas de la Argentina: "¡No voy a dejar uno vivo!"..
Noche fresca y abierta en el pago... desde que apareció el lucero un fuego mantenía en ronda a la paisanada. Los perros se rezongaban entre ellos por un espacio cerca a la lumbre y a lo lejos los carau continuaban en su fiesta lamentando la muerte de su madre (ver leyendas).
Un chicharrón a las brazas, la pava ennegrecida de ollín... y el crepitar de las llamas... el resto era mero lujos de compañias...
Buenos humos de tabacos criollos y "DON Emilio" (ese "titulo" casi nobiliario que le damos los paisanos a aquellos que consideramos nuestros mayores, y que se han ganado el respeto y la jerarquía de ser llamados de esta forma)... que se acomoda en una silla petizona, apura un cimarrón caliente y bien sebao que le supieron alcanzar y nos deleita con sus historias...
Un chicharrón a las brazas, la pava ennegrecida de ollín... y el crepitar de las llamas... el resto era mero lujos de compañias...
Buenos humos de tabacos criollos y "DON Emilio" (ese "titulo" casi nobiliario que le damos los paisanos a aquellos que consideramos nuestros mayores, y que se han ganado el respeto y la jerarquía de ser llamados de esta forma)... que se acomoda en una silla petizona, apura un cimarrón caliente y bien sebao que le supieron alcanzar y nos deleita con sus historias...
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